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Cuidarse no es un lujo

Es frecuente, cuando se habla de belleza, que alguien levante la ceja o ponga alguna cara rara. “No estamos para tonterías”, “la vida está muy cara”, “esas son cosas de gente con tiempo y dinero”. Y, sin embargo, llegamos al final del año exhaustos, con la sensación de haber ido apagando incendios sin parar… y dejándonos a nosotros mismos para el final.

En algún punto del camino se metió en el mismo cajón “cuidarse” y “vivir de cara a la galería”. Y no son lo mismo. No es lo mismo dedicar cinco minutos al día a cuidar la piel y tratarte con respeto que encadenar compras impulsivas de productos, excederse con los retoques o realizar tratamientos sin sentido. No es lo mismo procurarse unas horas de descanso que castigarse en enero con la enésima lista de propósitos imposibles.

Este año he escuchado muchas veces la misma frase: “No tengo tiempo para mí”. Lo dicen sobre todo mujeres que trabajan dentro y fuera de casa, que sostienen familias, que gestionan miedos, facturas y responsabilidades. Mujeres que llegan al centro con la piel cansada, los hombros en tensión y ese tono de disculpa que se nos pega cuando sentimos que estamos “robando” tiempo a todo lo demás. Como si la belleza fuera un lujo opcional, algo que se atiende si sobra algo al final del día, del mes, del año.

Bodegón sobre una tela clara: un frasco de sérum ámbar con cuentagotas, un tarro de crema abierto, una taza de bebida caliente, una libreta con un bolígrafo, un móvil y una toalla. Al fondo, una ventana con gotas de lluvia y el paisaje costero desenfocado.

El problema no es que no nos cuidemos; es que confundimos el cuidado con el consumo. La sociedad nos ha vendido la idea de que cuidarse es tener un armario lleno de productos que no usamos, una agenda llena de citas que no disfrutamos, una presión constante por “mejorar” nuestro aspecto. Eso no es autocuidado, es otra forma de exigencia.

Cuidarse, en cambio, tiene mucho más que ver con la palabra “limitar” que con la palabra “acumular”. Limitar los compromisos que nos desbordan, las pantallas que no nos dejan dormir, los mensajes que nos hacen sentir permanentemente inadecuados. Limitar también las expectativas irreales sobre nuestro propio cuerpo: qué talla “deberíamos” tener, cuántas arrugas “no deberíamos” mostrar, cómo “tendríamos” que llegar a determinada edad.

Cuando una persona se tumba en la camilla, no trae solo su piel: trae su calendario, su carga mental, su historia. El reto es saber “qué es lo que necesita de verdad” en lugar de “qué más podemos darte o hacerte”.

Al final, la piel y el cuerpo son el lugar donde todo se cobra factura: la falta de descanso, las prisas, las preocupaciones, la culpa. Y, sin embargo, lo seguimos tratando como si fuera un envase que hay que mejorar por fuera, no un hogar que habría que hacer más habitable por dentro.

No es casualidad que en períodos de incertidumbre económica o social aparezca este discurso de que cuidarse es frivolidad. Siempre es sospechoso aquello que nos devuelve un poco de conciencia, de pausa y de capacidad de elegir. Un rato de descanso auténtico, una ducha sin prisa, una crema aplicada con atención, una cita médica a tiempo, aprender a decir que no… son gestos muy pequeños, pero sostienen cosas importantes: salud, dignidad, presencia.

Cerrar el año quizá no vaya de hacer balance de todo lo que no hemos llegado a hacer, sino de revisar cuánto espacio hemos dejado para ese cuidado básico y sin adornos. No hablo de grandes gestos ni de transformaciones espectaculares, sino de compromisos discretos y realistas, como reservar algún espacio que no tengamos que justificar.

Podemos seguir llamando “lujo” a todo lo que tenga que ver con nuestro bienestar, pero el cuerpo no entiende de ironías: pasa factura igual. Tal vez este diciembre, en lugar de apuntar diez propósitos nuevos en una libreta, podríamos escoger solo uno: dejar de tratar nuestro cuidado como algo prescindible.

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No vamos a arreglar el mundo el próximo año. Ni la economía, ni las noticias, ni la vida de puertas afuera. Pero sí podemos decidir algo muy sencillo y muy radical: que el respeto hacia nuestra piel y nuestro cuerpo no entra en la lista de recortes. Porque cuidarse bien no es un capricho. Es, probablemente, la base sobre la que podremos sostener todo lo demás.

Y, en base a todo esto, quien piense en regalar belleza estos días que lo haga con un mensaje claro: “quiero que te cuides y tengas un rato para ti”. Y, si ese regalo va acompañado de información clara y criterio profesional, mejor que mejor, en lugar de comprar por impulso la crema o el tratamiento de moda.

(Artículo de María Estela de Abajo Sanz para LNE el 20 de diciembre de 2025)

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